Qué ver en el Museo del Prado: mi top 10 (parte 2)
Madrid, OcioContinuando con mi anterior entrada, voy a seguir con el resumen de mis obras favoritas que ver en el Museo del Prado.
Las Meninas, Velázquez (1656)
Hay muchos cuadros de Velázquez en el Prado, y cualquiera de ellos podría estar entre mis favoritos. Quizás elegir este suene un poco tópico, pero siempre ha sido muy especial para mí.
La primera vez que visité el Prado, me quedé completamente enamorada. Su tamaño impresiona, pero también la vida que desprende. Parece una escena cotidiana improvisada, no por ello menos perfecta.
El cuadro muestra el taller de Velázquez en el palacio. La infanta Margarita ha ido a ver cómo pinta, acompañada de sus damas de compañía, una dama de honor, el guardadamas y dos enanos. Entonces entran los reyes (reflejados en el espejo del fondo) y todos los personajes reaccionan a su presencia.
A nivel técnico, lo más impresionante es la perspectiva aérea. Velázquez usa la luz y el color para dar profundidad a la imagen, con figuras del fondo menos nítidas y colores menos intensos.
Un detalle curioso: Velázquez intentó durante años entrar en la Orden de Santiago. Finalmente lo logró en 1659, pero en el cuadro (pintado en 1656) ya aparece la cruz en su pecho. Se dice que el propio Felipe IV la pintó como homenaje tras su muerte en 1660. Puede que no sea cierto, pero me gusta pensar que lo es.
Las Hilanderas o la Fábula de Aracne, Velázquez (1655-1660)
Uno de los últimos cuadros de Velázquez y también de los más difíciles de interpretar.
En él encontramos la perspectiva aérea y una pincelada suelta que parece adelantar el Impresionismo en 250 años. Pero lo que más me interesa es su historia mitológica.
Representa la fábula de Aracne, una joven que desafió a la diosa Atenea en un concurso de tejido. Atenea ganó y castigó a Aracne convirtiéndola en araña, condenándola a tejer para siempre.
En el cuadro, en primer plano, vemos la competencia: Aracne de espaldas y Atenea disfrazada de anciana. En el fondo, el desenlace, con un tapiz representando el rapto de Europa, uno de los amoríos de Zeus. Atenea no lo tomó bien...
Saturno, Goya (1820-1823)
Una de las pinturas negras de Goya, creadas en su vejez, cuando estaba aislado del mundo y atormentado por la sordera y los tiempos difíciles.
Saturno (Cronos en la mitología griega) devoraba a sus hijos para evitar ser destronado. Una alegoría del tiempo devorando todo.
Goya pintó este cuadro en su casa, la Quinta del Sordo, cubriendo las paredes con imágenes oscuras y angustiosas. Debía de ser terrorífico caminar por allí de noche...
Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches, Madrazo (1853)
Después de la oscuridad de Goya, llega la luz, la belleza y la elegancia.
Madrazo, director del Prado durante 20 años, retrató a la condesa de Vilches con una influencia romántica francesa pero con un aire más español. Su piel perfecta, su vestido delicado y esa mirada directa con media sonrisa me hacen sentir que podríamos estar charlando en una fiesta de la alta sociedad 😅.
Doña Juana la Loca, Pradilla (1877)
Un cuadro con una historia trágica.
Juana, hija de los Reyes Católicos, se casó con Felipe el Hermoso. Ella se enamoró locamente, pero él era un infiel. Cuando él murió en 1506, Juana ordenó desenterrar su cuerpo y llevarlo a Granada. Un viaje de ocho meses a pie en pleno invierno… y embarazada. Locura o amor extremo.
Su padre, Fernando, la convenció para desistir. ¿Un acto de bondad? No. La encerró en Tordesillas con la excusa de su locura para quedarse con el trono. Luego su hijo Carlos I hizo lo mismo. Así pasó 46 años encerrada, olvidada por todos.
Pradilla captó magistralmente la tristeza de Juana, con la mirada perdida y la soledad en su expresión. Qué injusto fue su destino…
Conclusión
Con este cuadro concluyo mi selección de favoritos del Museo del Prado. ¿Añadiríais alguno más a la lista? Para los que aún no habéis ido, ¿a qué estáis esperando? 😉
¿Hablamos?